sexta-feira, 3 de abril de 2015

PÁSCOA - MENSAGEM DO GRÃO-PRIOR ECLESIÁSTICO DA ORDEM

“El Señor ha resucitado de entre los muertos”. El mensaje de Pascua resuena en la Iglesia y en el mundo desde hace veinte siglos y llega hasta nosotros, hombres dudosos a pesar de que nos profesamos creyentes, decepcionados y angustiados del miedo a la muerte en una época que busca crear la vida en un laboratorio, prolongar la vejez, pero también anticipar la muerte natural.
 
San Pablo afirma “si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es vana” (1Cor 15,17). Refiriéndose a este texto el filósofo Ludwig  Wittgenstein afirma: “Si no resucitó, se pudrió en el sepulcro como cualquier hombre. Está muerto y podrido. Es, pues, un maestro como cualquier otro y ya no puede ayudar; estamos de nuevo desterrados y solos. Y debemos conformarnos con la sabiduría y la especulación. Estamos como en un infierno, donde sólo podemos soñar, separados del cielo por una cubierta. Pero si realmente debo ser redimido, necesito certeza —y no sabiduría, sueños, especulación— y esta certeza es la fe. Quizá pueda decirse: sólo el amor puede creer en la resurrección; persevera en creer en ella”.
 
“La Pascua  - ha dicho el Patriarca de Moscú Kirill-  no es una bella leyenda, no es una teología teórica y no es un tributo a la tradición popular establecida en el pasado lejano. Es la esencia y el nucleo del cristianismo. Es la victoria que nos concede Dios”.
 
A partir de la resurrección de Jesucristo tenemos la certeza de que Él no es contemporáneo nuestro en un sentido metafórico, para indicar su presencia en nuestra memoria o para motivar nuestro empeño  para seguir su ejemplo, como con cualquier otro personaje histórico, sino en un sentido propio y real.
 
El filósofo danés Soren  Kierkegaard escribía: "La única relación ética que se puede tener con Cristo es la contemporaneidad. Relacionarse con un difunto, es mantener una relación estática: su vida ha perdido el aguijón, no juzga nuestra vida, no me obliga a juzgarme a mí mismo, me permite admirarlo y me deja también vivir en otras categorías: no me obliga a juzgar el sentido definitivo”.
 
Nosotros no somos admiradores de un difunto famoso, sino discípulos de un Viviente, que está realizando el Reino de Dios como un reino de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz en la tierra como en el cielo.
 
Nosotros, que en Pascua lo celebramos como nuestro contemporáneo, estamos encargados de trabajar con Él en su proyecto y de luchar por la venida del Reino de Dios en la época presente.
 
Y la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia a través de su Espíritu hoy en día, no su realidad que puede exigir mi fe. Para el que cree en Él, relegar a Jesús en el pasado es imposible, porque significaría cortar el enlace que une nuestra existencia a la suya.
 
La resurrección de Jesús es la fuente de la cual podemos extraer el amor misericordioso de Dios, que es más fuerte que el mal y que la misma muerte y puede transformar nuestra vida, hacer florecer cualquier zona de desierto que se encuentre en nuestro corazón y en nuestra sociedad.
 
El obispo anglicano Nicholas  Thomas Wright ha escrito:  “La resurrección y el perdón son, después de todo, dos lados de la misma medalla; si se cree en una, es necesario creer en la otra […] en el Evangelio descubrimos lo que significa conocer a Jesús resucitado como nuestro contemporáneo, el que enjuga nuestras lágrimas, el que responde a nuestras preguntas difíciles, pero que sobre todo nos invita a que vayamos con humildad y amor, el amor a través del cual el poder de su vida resucitada, su ser de pastor de su rebaño, pueda llegar a trabajar de nuevo en nuestro tiempo”.
 
Hago mía la invitación que el Papa Francisco en su último mensaje de Pascua dirigió a todos: “¡Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo! Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la potencia de su amor transforme también nuestra vida y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz”.
 
El testimonio de una vida transformada por el encuentro con Jesús es la base a partir de la cual podamos cumplir la misión de anunciar la alegría del Evangelio que Cristo resucitado, nuestro contemporáneo, nos dirige a los cristianos en este tercer milenio.
 
Si la resurrección de Jesucristo es un cuento para niños, nosotros los cristianos, somos unos impostores, pero si se trata de un hecho real a la vez que misterioso entonces tiene sentido intercambiar felicitaciones de Feliz Pascua.
 
X Michele Pennisi
Arzobispo de Monreale
Gran Prior Eclesiástico de la Sagrada Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro